jueves, 5 de agosto de 2010

Mientras el mundo se derrumba


“Ámame, témeme, has lo que te ordeno y seré tu esclavo”
Jareth El Rey de los Goblins - Laberinto

Creo fervientemente que nuestras pasiones son las que nos definen como individuos. Son nuestras pasiones las que proclaman a viva voz, y sin tapujos, lo que nos hace quienes somos en realidad. 

Yo tengo muchas pasiones. Pasiones personales, pasiones laborales y pasiones lúdicas. Pero creo que estas últimas son las que mejor expresan quien soy. Siento una pasión particular por la danza, por los libros y por la escritura (como podrán ver). Y una pasión indiscutible por el cine. 

Decir que soy una cinéfila es en gran parte contar el cuento de quién soy y de cómo me criaron.
El cine es un mandato familiar que ha marcado mi crecimiento y ha definido en gran parte mi carácter. Y digo mandato familiar, porque hubiera sido imposible escapar a esta pasión si no corriera en mis venas por herencia o si no hubiera sido fogueada en mí desde mi más tierna infancia. 

Nací en una familia donde siempre se respiró cine, más que cualquier otra cosa. De mi mamá heredé la pasión por la literatura y de mi papá la de la música. Pero es en relación al cine en donde ambos concensuaban y lo que se encargaron de inculcarnos a sus hijos. 

En casa hablar de películas es hablar un idioma común que todos compartimos, que aprendimos juntos y que tiene códigos familiares indiscutidos.

En nuestro hogar, cine es sinónimo de tiempo compartido, de noches de reunión y de charlas interminables.  Aún cuando somos todos indiscutiblemente diferentes, es el cine el que nos hace indiscutiblemente familia.

Hay varios momentos que han marcado mi vida como cinéfila, y que están irremediablemente atados a la vida familiar. Como la primera vez que vimos “La Guerra de las Galaxias” comiendo fritis y supe que la ciencia ficción sería mi perdición; o el día que papá me alquiló “Nausicaa” y me enamoré del anime japonés para siempre; o cuando mi viejo me marcó en la revistita de Multicanal el horario en que pasaban “Viaje a las Estrellas: La Película” y nunca más pude abandonar a Kirk, Spock y los klingon.

Pero hay un instante en la vida de cualquier cinéfilo que es crucial en su importancia, que es el más relevante y la piedra angular de su pasión. Se trata del momento único cuando vemos ESA película que se convierte en nuestro estandarte, en nuestra favorita, la que reúne en sí todas esas características que hace que amemos al cine por sobre todas las cosas.

Para mi ese film es “Laberinto”.

George Lucas, Jim Henson, Terry Jones y David Bowie. ¿Qué más puedo decir? ¿Hace falta agregar algo cuando una película reúne el guión de uno de lo genios detrás de The Monty Piton; la magia del creador de “La Guerra de las Galaxias”; el arte del padre de Los Muppets; y la música y actuación de uno de los íconos del Glam Rock de todos los tiempos?

Agregá un trozo de “Alicia en el País de las Maravillas”; añadí otro tanto de “El Mago de Oz”; mezclá; luego miralo desde la óptica de un adicto a sustancias y tal vez de esa forma puedas comprender qué esperar cuando mires “Laberinto”. 

Sin embargo, todo lo anterior no constituye, de ninguna manera, una mala aproximación.

“Laberinto” es entretenida, imaginativa y única. De hecho, es de esas películas que cuando uno las ve siente la necesidad de comentar “Ya no se hacen más películas así”. Es de esas que envejecen como el mejor de los vinos. Es de esas que uno ama u odia, pero que genera pasiones fuertes y no admite grises.

“Laberinto” es la historia de una adolescente amante de la fantasía llamada Sarah (una muuuy joven Jennifer Connelly), que está frustrada con su vida (como toda adolescente) y sueña con cuentos de hadas y leyendas. Obligada a cuidar a su hermano pequeño Toby después de una pelea con sus padres, y  mientras el bebé la exaspera con su llanto, proclama las palabras que ha aprendido de su libro: “Desearía que los goblins vinieran y te llevaran consigo”.  Extrañamente, su deseo se hace realidad. Los bizarros goblins transportan a Toby a la tierra del libro de Sarah: el Underground. Arrepentida y desesperada por recuperar a su hermano, Sarah se encuentra con Jareth el Rey de los Goblins, quien le otorga 13 horas para resolver su laberinto y llegar al castillo en el centro donde Toby la aguarda, antes de que el niño se convierta en un goblin para siempre.

Tal vez esta sinopsis pueda sonar a mucho. Pero no teman. Esta historia visual es especial en sus escenarios, en sus sonidos, en sus situaciones y en sus personajes. En el mismo instante en que Sarah pone un pie en su mundo de fantasía, la magia realmente comienza. 

Este universo de imaginación nos ofrece sorpresas a cada vuelta de la esquina. Nunca sabemos qué esperar. Y, cómo dice Jareth, en el laberinto “Nada es lo que parece”.

Goblins y gallinas danzantes, gusanos parlantes, escaleras mágicas, miles de extrañas criaturas, ilusiones visuales y hasta un monstruo metálico de limpieza son solo algunas de las muchas vicisitudes que se alzan entre Sarah y su objetivo. 

Mucho antes de que los departamentos de efectos especiales comenzaran a confiar solo en computadoraS para crear extraños y maravillosos personajes, Jim Henson utilizó la vieja y consabida técnica de las marionetas para darle vida a este fantástico cuento. Y este arte, unido al ambicioso guión de Terry Jones, hacen que esta aventura de 1986 haya envejecido mejor que muchas otras y que sea, aún hoy, una experiencia tan disfrutable como en su nacimiento.

Detrás de su simpleza y de su naturaleza de cuento de hadas, “Laberinto” es también un relato sobre los conflictos de la adolescencia, sobre la familia, sobre la maduración personal y sobre el valor de soñar. 

Cuando la vi por primera vez, en 1989, me enamoré para siempre de ella y la erigí en el podio de la película que había cambiado mi perspectiva del cine de por vida. 

Les parecerá exagerado. Yo digo que probablemente tengan razón. Pero así son las cosas, y uno no puede cambiar lo que siente. Sería ridículo negarlo. Lo mejor sería tratar de explicarles porqué la adoro como lo hago.

En principio, porque Sarah es un personaje con el que me puedo identificar completamente. No, mi hermano no es un insoportable bebé llorón. De hecho, mi hermano es mi mejor amigo. Tampoco me visto de princesa y actúo mis historias. Eso me daría muchísima vergüenza. Y nunca fui una adolescente caprichosa ni le he gritado a mi mamá como una desquiciada. 

Pero Sarah, igual que yo, ama la fantasía por sobre todas las cosas. Y si pudiera elegir, querría vivir en un mundo en donde haya laberintos, hadas, goblins, enanos y, por supuesto, donde mi amigo sea un gigante peludo naranja llamado Ludo.

Una historia preciosa, unos personajes inolvidables y un mundo imposible en su cuidada concepción son otras de las muchas cosas por las que sigo eligiendo esta película.

Pero existe una razón que eclipsa a todas las razones anteriores. Esa razón es Jareth, y es a la vez David Bowie, y es también su música.

Porque “Laberinto” es para mi mucho más que la mejor película que he visto. Es también el momento en que conocí a mi cantante preferido y, es también, en donde escuché por primera vez la mejor canción de la historia.

La escena del baile de máscaras, en donde Jareth intenta hechizar a una muy confundida Sarah mientras le canta “Mientras el mundo se derrumba”, es la escena de todas mis fantasías. Y si algún día me casara, no quiero bailar el vals. Quiero bailar esa canción. 

Decir que he visto “Laberinto” miles de veces, a esta altura, sería casi ridículo. Supongo que ustedes lo adivinan. Tengo en mis estantes las versiones en VHS, ahora en DVD y pronto, espero, en Blu Ray. Y el CD con la música, que mi papá me compró, todavía descansa en su caja original  inmaculado aunque tiene 20 años. Conozco cada canción, cada escena y hasta el último de los diálogos a la perfección.

¿Por qué? Porque eso es lo que genera la película que uno ama más que ninguna otra en el mundo. Genera que uno la vea cada vez que la encuentra en el zapping, que la recomiende, que la analice; y que siempre, en algún rinconcito de su alma, tenga ganas de volver a verla aunque la haya visto al menos una centena de veces antes.

“Laberinto” nunca envejece para mi. Nunca me aburre. No se marchita con la edad ni con los cambios del universo. Porque siempre veo algo diferente cuando la veo. 

Como la vi por primera vez, me pareció un fantástico cuento de hadas, con una sufrida heroína, un villano con una voz increíble y una música como ninguna otra. 

Cuando volví a verla, muchos años después, la película era la misma, pero ya entonces yo era una mujer. Y en lugar de un cuento de hadas vi una historia de amor no correspondido, vi a una adolescente malcriada e inmadura, y vi al villano más sexy del mundo declararle al final su amor. Lo único que no ha cambiado en mi perspectiva es que sigo pensando que la música de Bowie es como ninguna otra.

Las películas no cambian. Somos los espectadores los que lo hacemos. Porque las películas significan cosas diferentes para cada uno en cada etapa de su vida, pero siempre significan algo.
Y porque definitivamente “Laberinto” significa algo para mi, nunca me voy a cansar de verla y nunca se volverá obsoleta. Simplemente porque yo todavía no he terminado de cambiar.

Paula

lunes, 2 de agosto de 2010

"La Dama en el Agua" de M. Night Shyamalan

"Un niño, en el oeste de esta tierra, crecerá en un hogar donde tu libro estará en un estante y del cual se hablará a menudo. Crecerá con tus ideas en su cabeza. Crecerá para convertirse en un gran orador. Hablará y sus palabras serán oídas a través de este territorio y a través de esta tierra. Este niño será líder de este país y comenzará un movimiento de importante cambio. Hablará de ti y de tus palabras, y tu libro será la semilla de sus grandes pensamientos. Y sus pensamientos serán la semilla del cambio"
Story - La Dama en el Agua


Comencemos por el comienzo, que es como se comienzan las cosas.

M. Night Shyamalan es un director de procedencia india que conquistó al mundo con su inigualable “Sexto Sentido” y quedó grabado para siempre en los códices del cine.

Listo. Realizada la introducción pertinente, dejo de lado la objetividad de los hechos y me sumerjo en lo que realmente quiero contarles: por qué amo a este director y por qué “La Dama en el Agua” integra el listado de las diez mejores películas que vi en mi vida.

Por supuesto, y como casi todo ser humano medianamente lógico, amé “Sexto Sentido”. Sin embargo, sería con la aparición de su siguiente film que realmente comencé a identificar a este director y a su brillantez.

“Señales” fue repudiada por gran parte de la crítica y del público, porque, por supuesto, todos estaban ávidos de una película que emulara a su predecesora en suspenso y originalidad. Ocurre a menudo que un talento es catalogado por su mejor obra y luego decepciona cuando sus subsiguientes trabajos no están a la par del primero. No creo tampoco que fuera la intención de Shyamalan. Su preocupación constante a ha sido transgredir, incluso transgredirse a sí mismo.

“Señales” me gustó muchísimo. Si bien tuvo algunos giros que no me resultaron del todo convincente, debo reconocer una realidad: estamos hablando de un tipo que filmó una película sobre una invasión extraterrestre sin mostrar un solo alien sino hasta los últimos cinco minutos de la misma. Yo creo, señoras y señores, que vale la pena sacarse el sombrero.

Con toda la sinceridad (y el dolor del mundo) debo reconocer que “El Protegido” integra mi lista negra. Creo que la idea era brillante (el héroe y su antagonista, la dialéctica más simple y absoluta del universo), pero que nunca llegó a plasmarse de la forma en que me hubiera gustado.
La Aldea”, aunque tal vez no su mejor película, es sin duda de las más originales del director en su concepción. Una parodia a la sociedad en su conjunto, que nos cuenta de personajes encerrados en sí mismos y perdiendo la capacidad de pensar como individuos, carentes de vuelo propio. Guiados por la estupidez de sus líderes, estos sujetos son capaces de matar por ideales abstractos y obsoletos, carentes de justificativo cuando ponen en juego la vida humana.

La Dama en el Agua” es, sin lugar a dudas, una película totalmente coherente con la visión incorruptible de Shyamalan y de lo que quiere contarnos. Lejos de mantener su clásica narrativa de suspenso y giro final inesperado, el director sostiene su propuesta eterna: obligarnos a usar la imaginación más que ningún otro sentido cuando miramos sus films.

La Dama en el Agua” fue originalmente una historia para antes de dormir que M. Night Shyamalan escribió para sus hijas. Se trata, efectivamente, de su proyecto más personal. Y, por ello, su decisión de sacarlo del estudio Disney (su padrino original) aduciendo “diferencias creativas” y llevarlo a Warner, el único estudio con la valentía suficiente como para afrontar lo bizarro del proyecto.

Cuando vi la película en el cine esperaba ver lo que todos habían vaticinado en las críticas: el final de la carrera de este director. Pero la crítica se equivoca. Al menos, así lo veo yo. Creo que comete el pecado de quien no ha mirado con la suficiente atención. Para mí, la película es increíble.

Un prólogo de dibujos animados nos cuenta el preludio de lo que vamos a ver: el mundo de agua, mágico y femenino, se ha separado del mundo de la tierra, pragmático y masculino; y es necesario que ambos se reencuentren.

En el centro del universo de esta película está Cleveland (interpretado por el genial Paul Giamatti), un encargado de edificio consumido por las culpas de su pasado, que vive la vida gris de un hombre rutinario que lo ha perdido todo, sumido en un complejo de departamentos poblado de personajes ordinarios y cotidianos, sin ningún brillo ni ninguna particularidad.

Sin embargo, todo cambia cuando descubre una ninfa llamada Story en la pileta del complejo, una criatura sobrenatural que ha venido desde su mundo en busca de un escritor bloqueado, cuya obra será clave para la humanidad.

Cleveland se empeña de inmediato en ayudar a Story, enfrentándose a las consabidas fuerzas del mal que buscan impedir que lleve a cabo su misión. De a poco, toda la comunidad del edificio se involucra en la tarea de la joven ninfa, descifrando señales, actuando colectivamente, y reconociendo entre su mitología casera las figuras de los Emisarios, Guardianes y Sanadores que nada tienen que ver con lo rutinaria de su existencia cotidiana.

Los personajes de este edificio, incluido el insípido Cleveland, nos muestran un espectro que bien podría ser el del género humano en sí mismo. Latinos, afroamericanos, asiáticos, indios y norteamericanos. Rubios, morochos, negros y amarillos. Hippies, homosexuales y militares. Hombres, mujeres y niños. Todos se entremezclan en el paisaje que Shyamala imaginó, jugando cada uno un papel único y fundamental en ayudar a Story en su objetivo final: lograr que el escritor complete su obra, haciendo que sus ideales se transmitan para que el cambio sea posible. Saben que es difícil, pero deben conseguirlo aunque les cause la muerte.

Lo que Shyamala nos pide al principio del film es claro: que volvamos a ser niños. Permitamos que nuestra imaginación gane a la lógica, que el niño que llevamos en nuestro interior sea capaz de sentarse junto al adulto que somos para debatir. ¿Qué mensaje nos deja la película? Ser niños sin dejar de ser adultos. Y, sobre todo, creer.

Como yo creo que hay que ver mucho más allá de “la historia de un encargado de edificio que salva a una mujer que es una ninfa”. Hay tanto más en este film. Siento pena por los que no puedan darse cuenta.

No esperen un thriller sobrenatural al estilo “Sexto Sentido”, o aún “Señales”. No lo van a encontrar. Este es un cuento de hadas, una historia de fantasía sobre la fe.

Leyendo las críticas en Internet encontré a alguien que decía que una de las cosas que le había parecido ridícula era la forma en que el resto de los personajes se suman a la propuesta de Cleveland muy fácilmente, sin ni siquiera necesitar convencerlos de que hay una ninfa perseguida por monstruos de pasto que escaparon de un planeta azul.

Qué ironía. Fue justamente este el detalle que más me conmovió del film. La posibilidad de pensar en que todos creemos en cuentos de hadas. La idea de que el niño en nuestro interior está siempre a flor de piel. El concepto de que no nos hemos vuelto tan adultos como para dejar de imaginar.

Fue esa ingenuidad de los personajes, su fe y su entrega las que hicieron de esta película una experiencia memorable y recomendable. Desde “El Gran Pez” que no sentía, al terminar una película, la sensación de haber estado en un sueño y no en una sala de cine.

Pero esta es, simple y llanamente, mi opinión. Pueden acordar o no. De todos modos, no deja de ser mía. Y, por ende, puedo hacer con ella lo que quiera. Como decirles que “La Dama en el Agua” es, para mi, una película fascinante.

Paula