miércoles, 13 de octubre de 2010

A mi me gustan las de monstruos

"Algo nos ha encontrado"


Hay mujeres que disfrutan de las películas románticas, especialmente si tienen final feliz.

Otras, prefieren los dramas cuyo objetivo principal es constreñirnos las tripas hasta que no podamos más que deshidratarnos en llanto.

A mí, en cambio, me gustan las de monstruos.

Fue en 1933, de la mano del director Merian C. Cooper, que el primer monstruo de verdad irrumpió en una pantalla y revolucionó la historia del cine, al punto de haber creado un sub-género con historia y fanáticos propios.

King Kong, el mono gigante que terminaría suelto en la ciudad de Nueva York, impactó al mundo entero, no sólo por su tamaño sino porque se sentía real.

Kong había nacido para convertirse en un clásico, pero también en un ícono de la cinematografía y en el estandarte de una historia que permitió que otras bestias enormes empecinadas en destruir ciudades encontraran su lugar en la pantalla.

Hay todo un catálogo de monstruos que pasaron por el cine, pero el más importante y el único que puede empezar compararse con King Kong es Godzilla, que nació en 1954 gracias al director Ishiro Honda.

Ahora tocó el turno de “Cloverfield”, una propuesta pochoclera alucinante producida por J.J Abrams (ídolo que nos trajo la inigualable Lost) que implica un nuevo viraje para las viejas películas de monstruos sin perder la esencia que hizo de este tipo de cine algo real.

“Cloverfield” es para las películas de monstruos lo que “El proyecto Blair Witch” fue para las historias de fantasmas. Es un film que dividirá a la audiencia como Moisés dividió el Mar Rojo.

Para algunos será intolerable sostener casi 90 minutos de esquizofrénica acción cámara en mano. Algunos se sentirán mareados y con náuseas. Otros estarán simplemente desorientados e iracundos por la experiencia. Otros, como yo, la disfrutarán de punta a punta.

Todas estas reacciones son legítimas y aceptables, porque “Cloverfield” no ha intentado presentar otra típica película de monstruos donde vemos al susodicho arrasar con todo en su camino.

En cambio, el productor J.J. Abrams y su equipo creativo quisieron representar la catástrofe desde un nivel terrenal y trágicamente humano. Si algo nos enseñó la tragedia del 11 de Septiembre es que, aunque nos parezca increíble, cuando el desastre golpea, las cámaras se encienden.

Por eso si estás buscando una típica, prolija y límpida película filmada con cámaras sobre sus correspondientes trípodes, probablemente deberías buscar en otro lado.

Es justamente esa cualidad ecléctica la que hacen de esta experiencia algo tan real. La incapacidad para ver que está ocurriendo exactamente es parte del atractivo del film.

Algunos pensaran que es frustrante. Otros lo encontrarán excitante.

El film, que es esencialmente el contenido de una cinta de video familiar, comienza con una linda escena entre amantes y luego con una fiesta entre amigos. Al principio, incluso, puede parecer un tanto lenta. Y nos parece que asemeja más a un drama que a una película de acción y ciencia ficción.

Pero no desesperéis, mis amigos. Se trata sólo del viejo truco de Ridley Scott. Porque de repente todo se va al infierno. El mundo explota. Los edificios colapsan. Los proyectiles surcan el aire. En unos minutos, Nueva York es un caos. Hay un monstruo gigante en las calles, y parece ser inmune a todo las armas que los seres humanos poseemos en nuestro arsenal.

Es importante aclarar que esta no es una historia lineal con todos los baches cubiertos. Nada en concreto es revelado, ni sobre el monstruo ni sobre su origen ni sobre sus motivaciones. Al estar la acción meramente confinada a lo que se captura en la filmación casera de un sujeto cualquiera en medio de la catástrofe, “Cloverfield” elimina la necesidad de aclarar esos puntos.

De hecho, nunca tenemos una visión clara de la criatura (al menos no en el modo en que uno lo esperaría en una película tradicional). La película se atiene al viejo lema de “Tiburón” de que los monstruos son usualmente más intimidantes cuando menos podemos ver de ellos.

¿Qué es lo que la cámara en mano le ofrece a “Cloverfield”? Esa sensación de intimidad que no podría ser obtenida de otra manera. Nos hace sentir que estamos codo a codo con los protagonistas, en lugar de estar mirándolos desde una distancia segura. Lo que nos provoca es una intensidad que no podría alcanzarse de ningún otro modo.

“Cloverfield” es interesante porque es devastadoramente diferente. Toma un concepto antiguo y usado hasta el cansancio, y lo fortalece dándole una aproximación innovadora.

Y, a la vez, convence porque nunca nos deja ver más que lo que promete: el modo en que un grupo de personas cualquiera vive el peor de los desastres.

En “Cloverfield” el sujeto que sostiene la cámara no se topa con el héroe de turno ni con el presidente ni con ningún alto general de la milicia que se tome el tiempo para explicarle exactamente qué es lo que está ocurriendo.

En “Cloverfield”, como es lógico, los protagonistas nunca están tan cerca de la criatura como para dejarnos verla completamente, porque, obviamente, no son estúpidos.

En “Cloverfield” no hay grandes explicaciones científicas sobre el origen de la criatura ni grandes planes para destruirlas. Y al final, en realidad, nunca sabemos qué demonios ocurre con ella.

Lo único que “Cloverfield” ofrece es la visión realista del modo en que personas comunes podrían vivir este tipo de tragedia si les llegara a su vecindario.

No importa si, como muchas otras veces en el cine, los monstruos parecen surgir de la nada. Ni tampoco importa si, como otras tantas veces, todos los bichos malvados que andan dando vueltas por el universo parecen tener un encono particular con Nueva York.

Desde el momento en que se apagaron las luces de mi living y hasta el momento de los títulos, me CREI que había un monstruo gigante destrozando Nueva York. Sufrí y me desesperé con los personajes. La amenaza me fue tan real como antes me habían parecido las de King Kong y las de Godzilla.

Yo me la creí. Y, al fin y al cabo, esa es la razón por la que “Cloverfield” funciona: porque te lleva al corazón de la tormenta y te deja caer allí.

¿Ingenua yo? ¿Crédula yo? Tal vez. Pero que voy a hacer.

A mi me gustan las de monstruos.

Pau

jueves, 5 de agosto de 2010

Mientras el mundo se derrumba


“Ámame, témeme, has lo que te ordeno y seré tu esclavo”
Jareth El Rey de los Goblins - Laberinto

Creo fervientemente que nuestras pasiones son las que nos definen como individuos. Son nuestras pasiones las que proclaman a viva voz, y sin tapujos, lo que nos hace quienes somos en realidad. 

Yo tengo muchas pasiones. Pasiones personales, pasiones laborales y pasiones lúdicas. Pero creo que estas últimas son las que mejor expresan quien soy. Siento una pasión particular por la danza, por los libros y por la escritura (como podrán ver). Y una pasión indiscutible por el cine. 

Decir que soy una cinéfila es en gran parte contar el cuento de quién soy y de cómo me criaron.
El cine es un mandato familiar que ha marcado mi crecimiento y ha definido en gran parte mi carácter. Y digo mandato familiar, porque hubiera sido imposible escapar a esta pasión si no corriera en mis venas por herencia o si no hubiera sido fogueada en mí desde mi más tierna infancia. 

Nací en una familia donde siempre se respiró cine, más que cualquier otra cosa. De mi mamá heredé la pasión por la literatura y de mi papá la de la música. Pero es en relación al cine en donde ambos concensuaban y lo que se encargaron de inculcarnos a sus hijos. 

En casa hablar de películas es hablar un idioma común que todos compartimos, que aprendimos juntos y que tiene códigos familiares indiscutidos.

En nuestro hogar, cine es sinónimo de tiempo compartido, de noches de reunión y de charlas interminables.  Aún cuando somos todos indiscutiblemente diferentes, es el cine el que nos hace indiscutiblemente familia.

Hay varios momentos que han marcado mi vida como cinéfila, y que están irremediablemente atados a la vida familiar. Como la primera vez que vimos “La Guerra de las Galaxias” comiendo fritis y supe que la ciencia ficción sería mi perdición; o el día que papá me alquiló “Nausicaa” y me enamoré del anime japonés para siempre; o cuando mi viejo me marcó en la revistita de Multicanal el horario en que pasaban “Viaje a las Estrellas: La Película” y nunca más pude abandonar a Kirk, Spock y los klingon.

Pero hay un instante en la vida de cualquier cinéfilo que es crucial en su importancia, que es el más relevante y la piedra angular de su pasión. Se trata del momento único cuando vemos ESA película que se convierte en nuestro estandarte, en nuestra favorita, la que reúne en sí todas esas características que hace que amemos al cine por sobre todas las cosas.

Para mi ese film es “Laberinto”.

George Lucas, Jim Henson, Terry Jones y David Bowie. ¿Qué más puedo decir? ¿Hace falta agregar algo cuando una película reúne el guión de uno de lo genios detrás de The Monty Piton; la magia del creador de “La Guerra de las Galaxias”; el arte del padre de Los Muppets; y la música y actuación de uno de los íconos del Glam Rock de todos los tiempos?

Agregá un trozo de “Alicia en el País de las Maravillas”; añadí otro tanto de “El Mago de Oz”; mezclá; luego miralo desde la óptica de un adicto a sustancias y tal vez de esa forma puedas comprender qué esperar cuando mires “Laberinto”. 

Sin embargo, todo lo anterior no constituye, de ninguna manera, una mala aproximación.

“Laberinto” es entretenida, imaginativa y única. De hecho, es de esas películas que cuando uno las ve siente la necesidad de comentar “Ya no se hacen más películas así”. Es de esas que envejecen como el mejor de los vinos. Es de esas que uno ama u odia, pero que genera pasiones fuertes y no admite grises.

“Laberinto” es la historia de una adolescente amante de la fantasía llamada Sarah (una muuuy joven Jennifer Connelly), que está frustrada con su vida (como toda adolescente) y sueña con cuentos de hadas y leyendas. Obligada a cuidar a su hermano pequeño Toby después de una pelea con sus padres, y  mientras el bebé la exaspera con su llanto, proclama las palabras que ha aprendido de su libro: “Desearía que los goblins vinieran y te llevaran consigo”.  Extrañamente, su deseo se hace realidad. Los bizarros goblins transportan a Toby a la tierra del libro de Sarah: el Underground. Arrepentida y desesperada por recuperar a su hermano, Sarah se encuentra con Jareth el Rey de los Goblins, quien le otorga 13 horas para resolver su laberinto y llegar al castillo en el centro donde Toby la aguarda, antes de que el niño se convierta en un goblin para siempre.

Tal vez esta sinopsis pueda sonar a mucho. Pero no teman. Esta historia visual es especial en sus escenarios, en sus sonidos, en sus situaciones y en sus personajes. En el mismo instante en que Sarah pone un pie en su mundo de fantasía, la magia realmente comienza. 

Este universo de imaginación nos ofrece sorpresas a cada vuelta de la esquina. Nunca sabemos qué esperar. Y, cómo dice Jareth, en el laberinto “Nada es lo que parece”.

Goblins y gallinas danzantes, gusanos parlantes, escaleras mágicas, miles de extrañas criaturas, ilusiones visuales y hasta un monstruo metálico de limpieza son solo algunas de las muchas vicisitudes que se alzan entre Sarah y su objetivo. 

Mucho antes de que los departamentos de efectos especiales comenzaran a confiar solo en computadoraS para crear extraños y maravillosos personajes, Jim Henson utilizó la vieja y consabida técnica de las marionetas para darle vida a este fantástico cuento. Y este arte, unido al ambicioso guión de Terry Jones, hacen que esta aventura de 1986 haya envejecido mejor que muchas otras y que sea, aún hoy, una experiencia tan disfrutable como en su nacimiento.

Detrás de su simpleza y de su naturaleza de cuento de hadas, “Laberinto” es también un relato sobre los conflictos de la adolescencia, sobre la familia, sobre la maduración personal y sobre el valor de soñar. 

Cuando la vi por primera vez, en 1989, me enamoré para siempre de ella y la erigí en el podio de la película que había cambiado mi perspectiva del cine de por vida. 

Les parecerá exagerado. Yo digo que probablemente tengan razón. Pero así son las cosas, y uno no puede cambiar lo que siente. Sería ridículo negarlo. Lo mejor sería tratar de explicarles porqué la adoro como lo hago.

En principio, porque Sarah es un personaje con el que me puedo identificar completamente. No, mi hermano no es un insoportable bebé llorón. De hecho, mi hermano es mi mejor amigo. Tampoco me visto de princesa y actúo mis historias. Eso me daría muchísima vergüenza. Y nunca fui una adolescente caprichosa ni le he gritado a mi mamá como una desquiciada. 

Pero Sarah, igual que yo, ama la fantasía por sobre todas las cosas. Y si pudiera elegir, querría vivir en un mundo en donde haya laberintos, hadas, goblins, enanos y, por supuesto, donde mi amigo sea un gigante peludo naranja llamado Ludo.

Una historia preciosa, unos personajes inolvidables y un mundo imposible en su cuidada concepción son otras de las muchas cosas por las que sigo eligiendo esta película.

Pero existe una razón que eclipsa a todas las razones anteriores. Esa razón es Jareth, y es a la vez David Bowie, y es también su música.

Porque “Laberinto” es para mi mucho más que la mejor película que he visto. Es también el momento en que conocí a mi cantante preferido y, es también, en donde escuché por primera vez la mejor canción de la historia.

La escena del baile de máscaras, en donde Jareth intenta hechizar a una muy confundida Sarah mientras le canta “Mientras el mundo se derrumba”, es la escena de todas mis fantasías. Y si algún día me casara, no quiero bailar el vals. Quiero bailar esa canción. 

Decir que he visto “Laberinto” miles de veces, a esta altura, sería casi ridículo. Supongo que ustedes lo adivinan. Tengo en mis estantes las versiones en VHS, ahora en DVD y pronto, espero, en Blu Ray. Y el CD con la música, que mi papá me compró, todavía descansa en su caja original  inmaculado aunque tiene 20 años. Conozco cada canción, cada escena y hasta el último de los diálogos a la perfección.

¿Por qué? Porque eso es lo que genera la película que uno ama más que ninguna otra en el mundo. Genera que uno la vea cada vez que la encuentra en el zapping, que la recomiende, que la analice; y que siempre, en algún rinconcito de su alma, tenga ganas de volver a verla aunque la haya visto al menos una centena de veces antes.

“Laberinto” nunca envejece para mi. Nunca me aburre. No se marchita con la edad ni con los cambios del universo. Porque siempre veo algo diferente cuando la veo. 

Como la vi por primera vez, me pareció un fantástico cuento de hadas, con una sufrida heroína, un villano con una voz increíble y una música como ninguna otra. 

Cuando volví a verla, muchos años después, la película era la misma, pero ya entonces yo era una mujer. Y en lugar de un cuento de hadas vi una historia de amor no correspondido, vi a una adolescente malcriada e inmadura, y vi al villano más sexy del mundo declararle al final su amor. Lo único que no ha cambiado en mi perspectiva es que sigo pensando que la música de Bowie es como ninguna otra.

Las películas no cambian. Somos los espectadores los que lo hacemos. Porque las películas significan cosas diferentes para cada uno en cada etapa de su vida, pero siempre significan algo.
Y porque definitivamente “Laberinto” significa algo para mi, nunca me voy a cansar de verla y nunca se volverá obsoleta. Simplemente porque yo todavía no he terminado de cambiar.

Paula

lunes, 2 de agosto de 2010

"La Dama en el Agua" de M. Night Shyamalan

"Un niño, en el oeste de esta tierra, crecerá en un hogar donde tu libro estará en un estante y del cual se hablará a menudo. Crecerá con tus ideas en su cabeza. Crecerá para convertirse en un gran orador. Hablará y sus palabras serán oídas a través de este territorio y a través de esta tierra. Este niño será líder de este país y comenzará un movimiento de importante cambio. Hablará de ti y de tus palabras, y tu libro será la semilla de sus grandes pensamientos. Y sus pensamientos serán la semilla del cambio"
Story - La Dama en el Agua


Comencemos por el comienzo, que es como se comienzan las cosas.

M. Night Shyamalan es un director de procedencia india que conquistó al mundo con su inigualable “Sexto Sentido” y quedó grabado para siempre en los códices del cine.

Listo. Realizada la introducción pertinente, dejo de lado la objetividad de los hechos y me sumerjo en lo que realmente quiero contarles: por qué amo a este director y por qué “La Dama en el Agua” integra el listado de las diez mejores películas que vi en mi vida.

Por supuesto, y como casi todo ser humano medianamente lógico, amé “Sexto Sentido”. Sin embargo, sería con la aparición de su siguiente film que realmente comencé a identificar a este director y a su brillantez.

“Señales” fue repudiada por gran parte de la crítica y del público, porque, por supuesto, todos estaban ávidos de una película que emulara a su predecesora en suspenso y originalidad. Ocurre a menudo que un talento es catalogado por su mejor obra y luego decepciona cuando sus subsiguientes trabajos no están a la par del primero. No creo tampoco que fuera la intención de Shyamalan. Su preocupación constante a ha sido transgredir, incluso transgredirse a sí mismo.

“Señales” me gustó muchísimo. Si bien tuvo algunos giros que no me resultaron del todo convincente, debo reconocer una realidad: estamos hablando de un tipo que filmó una película sobre una invasión extraterrestre sin mostrar un solo alien sino hasta los últimos cinco minutos de la misma. Yo creo, señoras y señores, que vale la pena sacarse el sombrero.

Con toda la sinceridad (y el dolor del mundo) debo reconocer que “El Protegido” integra mi lista negra. Creo que la idea era brillante (el héroe y su antagonista, la dialéctica más simple y absoluta del universo), pero que nunca llegó a plasmarse de la forma en que me hubiera gustado.
La Aldea”, aunque tal vez no su mejor película, es sin duda de las más originales del director en su concepción. Una parodia a la sociedad en su conjunto, que nos cuenta de personajes encerrados en sí mismos y perdiendo la capacidad de pensar como individuos, carentes de vuelo propio. Guiados por la estupidez de sus líderes, estos sujetos son capaces de matar por ideales abstractos y obsoletos, carentes de justificativo cuando ponen en juego la vida humana.

La Dama en el Agua” es, sin lugar a dudas, una película totalmente coherente con la visión incorruptible de Shyamalan y de lo que quiere contarnos. Lejos de mantener su clásica narrativa de suspenso y giro final inesperado, el director sostiene su propuesta eterna: obligarnos a usar la imaginación más que ningún otro sentido cuando miramos sus films.

La Dama en el Agua” fue originalmente una historia para antes de dormir que M. Night Shyamalan escribió para sus hijas. Se trata, efectivamente, de su proyecto más personal. Y, por ello, su decisión de sacarlo del estudio Disney (su padrino original) aduciendo “diferencias creativas” y llevarlo a Warner, el único estudio con la valentía suficiente como para afrontar lo bizarro del proyecto.

Cuando vi la película en el cine esperaba ver lo que todos habían vaticinado en las críticas: el final de la carrera de este director. Pero la crítica se equivoca. Al menos, así lo veo yo. Creo que comete el pecado de quien no ha mirado con la suficiente atención. Para mí, la película es increíble.

Un prólogo de dibujos animados nos cuenta el preludio de lo que vamos a ver: el mundo de agua, mágico y femenino, se ha separado del mundo de la tierra, pragmático y masculino; y es necesario que ambos se reencuentren.

En el centro del universo de esta película está Cleveland (interpretado por el genial Paul Giamatti), un encargado de edificio consumido por las culpas de su pasado, que vive la vida gris de un hombre rutinario que lo ha perdido todo, sumido en un complejo de departamentos poblado de personajes ordinarios y cotidianos, sin ningún brillo ni ninguna particularidad.

Sin embargo, todo cambia cuando descubre una ninfa llamada Story en la pileta del complejo, una criatura sobrenatural que ha venido desde su mundo en busca de un escritor bloqueado, cuya obra será clave para la humanidad.

Cleveland se empeña de inmediato en ayudar a Story, enfrentándose a las consabidas fuerzas del mal que buscan impedir que lleve a cabo su misión. De a poco, toda la comunidad del edificio se involucra en la tarea de la joven ninfa, descifrando señales, actuando colectivamente, y reconociendo entre su mitología casera las figuras de los Emisarios, Guardianes y Sanadores que nada tienen que ver con lo rutinaria de su existencia cotidiana.

Los personajes de este edificio, incluido el insípido Cleveland, nos muestran un espectro que bien podría ser el del género humano en sí mismo. Latinos, afroamericanos, asiáticos, indios y norteamericanos. Rubios, morochos, negros y amarillos. Hippies, homosexuales y militares. Hombres, mujeres y niños. Todos se entremezclan en el paisaje que Shyamala imaginó, jugando cada uno un papel único y fundamental en ayudar a Story en su objetivo final: lograr que el escritor complete su obra, haciendo que sus ideales se transmitan para que el cambio sea posible. Saben que es difícil, pero deben conseguirlo aunque les cause la muerte.

Lo que Shyamala nos pide al principio del film es claro: que volvamos a ser niños. Permitamos que nuestra imaginación gane a la lógica, que el niño que llevamos en nuestro interior sea capaz de sentarse junto al adulto que somos para debatir. ¿Qué mensaje nos deja la película? Ser niños sin dejar de ser adultos. Y, sobre todo, creer.

Como yo creo que hay que ver mucho más allá de “la historia de un encargado de edificio que salva a una mujer que es una ninfa”. Hay tanto más en este film. Siento pena por los que no puedan darse cuenta.

No esperen un thriller sobrenatural al estilo “Sexto Sentido”, o aún “Señales”. No lo van a encontrar. Este es un cuento de hadas, una historia de fantasía sobre la fe.

Leyendo las críticas en Internet encontré a alguien que decía que una de las cosas que le había parecido ridícula era la forma en que el resto de los personajes se suman a la propuesta de Cleveland muy fácilmente, sin ni siquiera necesitar convencerlos de que hay una ninfa perseguida por monstruos de pasto que escaparon de un planeta azul.

Qué ironía. Fue justamente este el detalle que más me conmovió del film. La posibilidad de pensar en que todos creemos en cuentos de hadas. La idea de que el niño en nuestro interior está siempre a flor de piel. El concepto de que no nos hemos vuelto tan adultos como para dejar de imaginar.

Fue esa ingenuidad de los personajes, su fe y su entrega las que hicieron de esta película una experiencia memorable y recomendable. Desde “El Gran Pez” que no sentía, al terminar una película, la sensación de haber estado en un sueño y no en una sala de cine.

Pero esta es, simple y llanamente, mi opinión. Pueden acordar o no. De todos modos, no deja de ser mía. Y, por ende, puedo hacer con ella lo que quiera. Como decirles que “La Dama en el Agua” es, para mi, una película fascinante.

Paula

jueves, 29 de julio de 2010

Que los años no te hagan más viejo sino más sabio

"Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes"
Yoda - Star Wars


Que los Cumplas Feliz para nosotros!!

Hoy hace 3 años que abrimos nuestro video, y pensando en retrospectiva...¡me parece tan loco que ya haya pasado tanto tiempo!!

Me acuerdo cuando empezamos a concebirlo en la cocina de mi casa. Me acuerdo que Nacho tenía ganas de
abrir algo. Me acuerdo que Tino le dijo que él lo acompañaba en lo que quisiera. Me acuerdo cuando dijimos "pongamos un video". Y definitivamente me acuerdo cuando realmente nos pusimos a la tarea de lograrlo.

Primero fue el tema de las películas. No queríamos empezar con una pequeña cantidad
. Queríamos hacer algo a lo grande. De ahi las interminables discusiones de si valía la pena o no abrir un video con mucho fondo de catálogo, a lo cual Nacho y yo, fanáticos del cine como somos, dijimos: "¡Obvio que si!". Supusimos que tenía que haber en la ciudad muchos más cinéfilos aficionados como nosotros que disfrutan de repasar, de vez en cuando, un bien consabido clásico.

Como el presupuesto no nos daba para salir a comprar una gran cantidad de películas nuevas empezamos a pensar en otras opciones. Y así llegó (vía Mercado Libre, aunque ustedes no lo crean) la oportunidad de adquirir las películas de un video club en Lanús que estaba cerrando. Alejandra, la dueña, nos cayó del cielo.

Tengo nítido el recuerdo de ese domingo al mediodía que me tomé el col
ectivo para ir hasta Lanús a conocer el lugar y a la dueña. Resultó ser mucho más de lo que me imaginaba, y Alejandra una genia que nos aconsejó en todo el proceso. Una semana después volví a Lanús, pero ahora con Nacho, Tino y Marti. Nos encantó.

Terminamos no solo comprando las pelis, sino todo lo que tenían adentro del local. ¡Estuvimos un día entero revisando las 1800 películas, una por una, para ver que estuvieran todas y fueran todas originales! Cargamos todo a un camión prestado por el novio de mi mamá, al auto de Tino y a mi chata; y salimos para Junín.

Ahora necesitábamos un local. Vimos muuuuuucho locales y muuuucho precios antes de encontrar el que tenemos ahora en Gandini 24. Pasamos por la puerta y vimos que estaba vacío. No tenía ni cartel. Entramos al local de al lado (El Nogal) y le preguntamos si sabían quién
era el dueño. Oh casualidad, la dueña (Mónica) vivía arriba. Creo que una semana después ya lo habíamos alquilado.

Sería difícil explicarles sin tener imágenes de prueba lo que era ese local cuand
o entramos a trabajar. Bastara darles una imagen mental diciéndoles que lucía cual Kosovo. Muchos nos dijeron que estábamos locos

Estuvimos un mes volteando paredes de durlock, limpiando el piso, sacando la alfombra, lijando y pintando. Empezábamos a la tardecita (cuando salíamos de nuestros trabajos) y seguíamos hasta la madrugada. Pasábamos las horas restantes cargando en el sistema los datos de las 1800 pelis, mientras mi h
ermano Enrique nos armaba las compus que íbamos a necesitar y me enseñaba a usar el programa de gestión. Y mientras tanto, Juani trataba de que llegarámos a tiempo con el logo, el nombre, las carátulas y el cartel del frente.

Dormíamos casi nada. Mejor ni recordar las caruchas que portábamos en ese entonces.

Una de las cosas más difíciles fue, sin duda, darle un nombre. Queríamos algo diferente, que quedara grabado y fuera fácil de recordar. Fue Juani Rustici (y el resto del equipo de Arrabal) el que nos dió la idea. Y nos pareció buenísima. Porque, al fin y al cabo, NOLAVI es lo que siempre decimos cuando vamos a un video.

Pero al final, el 29 de Julio de 2007, domingo a las 19 hs, abrimos las puertas por primera vez.

Recuerdo que no llegábamos con los tiempos. Eran las 17hs y todavía no habíamos ni podido llevar las películas al local porque no habíamos terminado de catalogarlas. ¡Todo e
ra un caos!

En la casa de Marta y Tino, un ejército conformado por Juliana (la her
mana de Tino), Marta, su hermana y Tere (la mamá de Tino) trataban de terminar de acomodar las películas. En mi casa Lucas (nuestro primer empleado), mi cuñada Celina, Karen (una de mis mejores amigas) y yo luchábamos con otras tantas. En el local Tino, Nacho, el papá de Tino, mi mamá, mi hermano y varios amigos (Macaya, Perico, Luqui) trataban de terminar el armado. El pobre de Perico iba y venía de la casa de Marta y la mía al video, llevando lo que lográbamos ir terminando.

Eran las 18 y algo más cuando logramos meter todo adentro del local. Todo el batallón de gente que nos ayudaba se desplazó hacia allá. Todos acomodaban y ordenaba, mi
entras nosotros cuatro tratábamos de dirigir a la muchedumbre explicando donde iba cada cosa. Al final logramos abrir a tiempo. Mamá, Tere y Karen hicieron de mozas, y se llenó de gente.

Ahora parece gracioso, y muy lejano, recordar todas las que pasamos en ese momento y todo lo que se trabajo para dar el primer paso. Pero haciendo un raconto definitivamente valió la pena.

Cuando empezamos hace 3 años Nacho todavía trabajaba en la pinturería. Hoy, extrañamente, anda de traje y corbata por la vida. Y Marta y Tino todavía eran una pareja sola. Hoy, por suerte, tenemos a Pili caminando por el video y a Gonzalo durmiendo en su cochecito detrás del mostrador. Y yo...bueno, excepto porque ahora hago muchos más kilometros que antes, no creo haber cambiado demasiado.

Muchas gente fue y vino. Vino Lucas y se fue. Vino Dandy y, por ahora, se sigue quedando. Vino Karen, se fue cuando tuvo a la pequeña Zoe, volvió y se fue de nuevo (¡es duro el oficio de la madre primeriza!). Estuvieron Mechi, Mariela y ahora Marcela.

No creo que nos vayamos a llenar de plata ni a armar una franquicia cual Blockbuster con este emprendimiento. Pero sabias son las palabras que dijo alguna vez mi querido socio Tino: "No nos estaremos haciendo ricos, pero...¡la de películas que estamos mirando!"

Y si mis amigos, los vicios son enfermedades de la voluntad.



miércoles, 28 de julio de 2010

Disney World en Japonés


"En medio de mis viajes, escuché un rumor siniestro...Decían que un monstruo del mundo antiguo había sido excavado de debajo de las profundidades la ciudad de Pejite donde había estado durmiendo"
Nausicaa del Valle de los Vientos


En Junín, ciud
ad en la que vivo, había a fines de los ’80 un videoclub bastante grande, en donde mi papá siempre me sacaba películas. Él las elegía para mi. Le gustaba hacerme ver todo tipo de cine, incluso animación para adultos.

Un día trajo a casa un cassette de VHS con el título “Los Guerreros del Viento”. Ese mismo día me enamoré para siempre de la animación japonesa.

El título original de la cinta era Nausicaa of the Valley of the Wind, y era del director Hayao Miyazaki. El Walt Disney japonés. Así, de este modo, es uno de los muchos por los que se conoce a Hayao Miyazaki. Un nombre que conocen prácticamente todos los aficionados al anime. El honor es compartido con Katsushiro Otomo (autor de la magna Akira) y con Tezuka Osamu (creador del primer manga conocido), así que nos podemos hacer una idea de cuál es el peso que este señor canoso y de cara feliz tiene en el país nipón. Y es que en esta isla asiática los films del estudio Ghibli tienen una taquilla equiparable e incluso superior a las películas de la Disney.

“Nausicaa del Valle del Viento” era un manga que Hayao empezó a dibujar en el año 1982, y cuya animación se inició en 1983 bajo la dirección del mismo Hayao. Studio Ghibli se funda oficialmente en 1985 y el resto, como se dice, “es historia”.

De sus manos nacen luego varias películas difíciles de olvidar, como Mi Vecino Totoro, La Princeas Mononoke. También las multipreamiada El Viaje de Chihiro y la nominada El Increíble Castillo Vagabundo. Y cómo olvidar la reciente Ponyo.

El estilo de animación que caracteriza a este director/animador puede definirse a partir de ciertos rasgos que caracterizan a los personajes de sus películas: ojos grandes, labios muy finos y poco uso del estilo cabezón tan común en el anime japonés.

Además, las historias de Miyazaki se destacan por la presencia constante de una protagonista femenina, cuya búsqueda de si misma funciona como eje principal de sus filmes y cuyos rasgos pueden reconocerse en todas las protagonistas del director.

Aunque a nivel técnico Disney sea aún muy superior (sin dejar de considerar la diferencia en el poderío económico y tamaño de estructura), Ghibli gana en el corazón de los espectadores. Sus personajes más humanos, aun cuando sean más fantásticos, se han ganado el afecto y la fascinación de los espectadores en todo el mundo.

Una vez leí una crítica de El Viaje de Chihiro que no olvidaré. Decía algo así como que mientras Disney ganaba en tecnología de animación, simultáneamente perdía en “angel”.

Eso es justamente lo que Hayao Miyazaki y Ghibli no han dejado jamás de lado: la magia.